Estuve en China hace ya tres Diciembres y cada vez que lo recuerdo, revivo todas las sensaciones apabullantes que se acumulaban a cada paso por las calles de Beijing, aunque siempre me gustó llamar a Beijing, Pekín, por aquello de los sueños...
En una semana gélida del invierno chino, recorrí , a veces un tanto titubeante, los rincones de la Ciudad Prohibida, el inmenso lago del Palacio de Verano del Emperador, el silencio todavía cauto de la plaza de Tian'anmen, los chiringos nocturnos de comidas en la calle donde se juntaban las delicias de escorpión a la plancha, con los gusanos de seda en fondue de chocolate, pero sin duda, lo que provocó en mí el mayor impacto de todo aquel improvisado viaje fué la Gran Muralla, recorriendo con sus tentáculos de piedra montañas y valles en un camino imposible...
A mi vuelta de China y tras la enorme frustración de no poder comunicarme como me habría gustado, dado que el pueblo chino no muestra un especial interés en comunicarse en otra lengua que no sea el chino, mi propósito estaba claro: aprender chino. Así, con un par de mandarinas razones...
Y tras un intervalo de casi año y medio en el que me fué imposible acudir por motivos laborales, vuelvo a mi clase de chino de los viernes con retomado ímpetu , para volver a saborear la enorme dificultad que supone articular, memorizar sus sonidos...
Salir de la clase de chino, tras hora y media de exhaustivas explicaciones ...en chino, del profesor de chino que es un señor encantador de edad casi milenaria, me hace sentirme diminuta desde el prisma de la estudiante que acepta un reto como ese a una edad como la mía jajaja Tan diminuta como me sentí frente a La Gran Muralla...
Y para resarcirme, para elevar un poco mi autoestima de políglota, diezmada con este nuevo aprendizaje de un idioma tremendo, me doy una vueltita por el Corte Chino,buscando un "blanco fácil" dónde poder balbucear mis pequeños conocimientos.
La idea es buena y el Corte Chino del pueblo dónde vivo cumple los requisitos.
Entro y saludo con un Nihao bien aspirado en su "h", que ni es muda ni es aspirada. Es una hache china como una catedral...
La sonrisa de mi víctima se despliega radiante y me contestan y en ese instante le pido a la vida que me contesten brevemente mientras cojo fuerzas para continuar, mientras me pierdo por los interminables pasillos repletos de todo tipo de cachivaches.
Es difícil salir de allí sin llevar algo en la mano: una caja de chinchetas, unas cintas, una cuchara de madera o unas cuantas libretas ...
Y si hay suerte y valor, como en los toros, me dirijo a otra de mis víctimas, elegida cuidadosamente, y pregunto en mi mejor y más esforzado chino, acerca del precio de tal o cual cosa, a pesar de que esté claramente marcado en la etiqueta, a lo que obviamente, mi víctima responde en chino , sorprendido tal vez por la cara dura que le echo al temita y me pregunta con curiosidad si hablo chino; así, a lo que yo respondo que...estoy en ello, que en chino sería como decir: lo intento.
Obviamente animado o animada, dependiendo de quién sea mí víctima, me regala una parrafada interminable que no entiendo en absoluto , salpicada de gestos indudables de orgullo y aprobación acerca de mi interés por su idioma, y yo sonrio, excusándome, mientras en mi mente circulan las imágenes de una China majestuosa, distante y milenaria, que se acerca a nuestras vidas en cada rincón de nuestros pueblos...
No sé por dónde se encauzarán mi pequeños progresos, pero lo que si sé es que de alguna extraña manera, quiero seguir en el desafío...
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